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Las matemáticas: encerrarse en la torreSin embargo, ese cielo estrellado parecía ajeno a cualquier interpretación catastrófica: emanaba serenidad, armoniosa e inaudible música. El topos uranos, el hermoso refugio. Detrás de los hombres que nacían y morían, muchas veces en la hoguera o en la tortura, de los imperios que arrogantemente se levantaban e inevitablemente se derrumbaban, aquel cielo parecía constituir la imagen menos imperfecta del otro universo: el incorruptible y eterno, la suma perfección que sólo era dable escalar con los transparentes pero rígidos teoremas. También él había intentado ese ascenso. Cada vez que había sentido el dolor, porque esa torre era invulnerable; cada vez que la basura ya era insoportable, porque esa torre era límpida; cada vez que la fugacidad del tiempo lo atormentaba, porque en aquel recinto reinaba la eternidad. Encerrarse en la torre. *** Como en otros momentos parecidos de asco y tristeza por los hombres (por él mismo), volvió el recuerdo aquel. Por qué, qué tenía de primordial en su vida? Llevaba los apuntes de cálculo infinitesimal al Dr. Grinfeld, en el crepúsculo. Las cúpulas plateadas del observatorio comenzaban a destacarse con su sereno misterio en la oscuridad que bajaba suavemente, como callados vínculos con el espacio cósmico. Caminaba por los senderos entre los introvertidos árboles del Bosque de La Plata. El universo armonioso de los astros en sus eclípticas. Los exactos teoremas de la mecánica celeste. *** —Desde chico tuviste terror a las cuevas. |
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Ernesto Sábato. Abaddón el Exterminador, pp.97,281,367. |
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